martes, 28 de diciembre de 2010

HISTORIAS DE TIERRA ADENTRO "QUIEN DICE QUE NO SE PUEDE?"

por J. EDUARDO AROCA

La Yanina Vázquez (29) es del oeste catamarcano. Orgullosa de sus rasgos andinos, el Titakin santamariano (Enrique Maturano) la bautizó Huarmi Sumaj. Bailó sola, una triste zamba para despedir a su madre, cuando la dejó en La Rioja para que estudie. Trabajó como empleada doméstica y luchó junto a los desposeídos. Hoy es la Dra. Vázquez

Hace unos 25 años en la temeraria cuesta de Randolfo (antiguo paso a la puna catamarqueña) crucé a una vieja Ford F100 con cúpula, manejada por una mujer. Metía miedo verla maniobrar con altivez al borde de precipicios escalofriantes a más de 4.000 s.n.m. Era mi primer contacto con la Pascuala Vázquez, de Antofagasta de la Sierra.
Tiene una pensión modesta, pero cálida y familiar en la puna, donde cocina a la vieja usanza (amasa tallarines, te sorprende con una trucha arco iris y te manda a dormir con una sustanciosa sopa). Quien fue a la puna la conoce, pues es uno de los personajes más populares, sino, basta con poner su nombre en un buscador de internet y aparece en centenares de sitios nacionales y extranjeros.
Se hizo enfermera en Antofagasta y luego bajó a trabajar en Belén donde tiene una casita de barrio. Ya jubilada, casi todo el año lo pasa en la puna.
De grande la vida pobló su soledad con una hija y hace 29 años nació Yanina, a la que en su rol de madre-padre, crió con rigidez y amor pueblerinos. Recuerdo que en mis primeras incursiones por la puna de la mano del Ñato Peralta (el padre del montañismo catamarqueño), empecé a ir a la pensión de la Pascuala, y por las tardes en el comedor, sentaba en mis piernas a la niña Yanina y dibujábamos los surrealistas paisajes puneños.
Hoy, el sol se pierde lánguidamente tras las cumbres del Ambato, en una tarde de primavera. En un bar del centro de la ciudad de Catamarca, café de por medio tengo enfrente a la Dra. Yanina Vázquez, recientemente recibida de Médica en la Fundación Barceló de La Rioja. Qué y cómo pasó?
Yanina nació y vivió en el Belén de Catamarca. Baja la cabeza y dice: … pero mi tierra es Antofagasta de la Sierra, allí está mi corazón. De típicos rasgos puneños, a esta morocha de andar altivo, todo le fue difícil al no tener padre ni hermanos; con un dejo de nostalgia reconoce que tuvo que luchar mucho, porque en su vida hubo muchas piedritas que se iban metiendo en su camino, tuvo que acomodarlas y caminar entre ellas. Estudió en el colegio religioso Virgen de Belén y todos los días a la salida iba al Hospital a buscar a Pascuala, que vestida de impecable blanco prodigaba cuidados y alivio a los pacientes.
En la casa, tanto en Belén como en Antofagasta, su madre seguía siendo enfermera, por lo que creció ayudándola a curar enfermos, alegrándose cuando un enfermo se mejoraba y sanaba o viendo como crecían niños que había ayudado a nacer. Así nació su vocación por la Biología y la alegría de Pascuala porque en Belén había un profesorado… y su “muñeca” no tendría que irse a estudiar a otro lado.
Desde niña la danza la llenó de magia, y apoyada por su madre, desarrolló su expresividad en academias de danzas folklóricas belichas.
Pero el destino dio un golpe de timón, cuando Yanina vio “Casas de Fuego”, película argentina de 1995, dirigida por Juan B. Stagnaro y protagonizada por Miguel Ángel Solá, Pastora Vega y Carola Reyna. Ganadora de 7 premios, entre ellos el Cóndor de Plata y Kikito de Oro del Festival de Gramado –Brasil- como mejor película y trata el caso real del médico argentino Salvador Mazza, uno de los descubridores del Mal de Chagas-Mazza, de su actividad y sacrificio personal para erradicar esa enfermedad endémica en zonas pobres del país, entre ellas Catamarca.
Al terminar la película, la palabra FIN en realidad se convirtió en el inicio de la gesta para convencer a su madre que quería ser médica… y que tenía que partir de su lado por primera vez en la vida. A duras penas logró convencerla -a medias- y luego, iniciar la despedida fue traumático para ambas, que constituían una unidad casi perfecta.
Tiembla la voz de la doctora Vázquez cuando recuerda el día en que se quedó en La Rioja, en la vieja estación de ómnibus. Dice: yo estaba en la parada de taxis 3 de Febrero y me tiraba para rasguñar ese colectivo, para que no se vaya, porque se llevaba a mi madre, y eso era terrible... a lo lejos, Jorge Cafrune desgranaba una triste zamba.
No conocía La Rioja, no tenía amigos ni donde refugiarse. Quedó en la pieza de una pensión de una persona extraña con gente que tampoco conocía. Una habitación con 5 camas y 5 chicas desconocidas. Su mundo era su cama, bajaba de ella y sabía que todo lo demás era compartido.
Como su madre, luchó por todo y sola. El sueldo de enfermera jubilada de su madre no le alcanzaba para vivir y estudiar, por lo que tuvo que arremangarse y empezar a trabajar. Con indisimulado orgullo cuenta que su primer trabajo fue de empleada doméstica en la casa de la familia Contreras, donde encontró contención y amistad: lunes, miércoles y viernes de 7 a 10, por lo que algunos días llegaba cansada o tarde los Prácticos, pero tampoco así alcanzaba la plata y otra puerta solidaria se abría: la familia del reino de la miel. Todo el día andaba con las cartillas vendiendo los productos: compañeros y profesores de la Facultad se convirtieron en sus mejores clientes.
Yanina dice que le reportaba unos pesos, pero intuyo, que para disipar los fantasmas de la soledad, los fines de semana animaba, como payaso, fiestas infantiles… por lo menos me divertía en los cumpleaños, reconoce.
La necesidad de crecer interiormente la llevó a las iglesias de San Francisco y Santo Domingo. Sin querer se encontró montada en una mula misionando por el interior riojano hasta la cordillera, donde con los viejitos de los puestos prendían velas e intercambiaban palabras de aliento.
Recuerda que en 2º año de la Facultad debía hacer prácticos en Atención Primaria de la Salud y un médico peruano la invita a que mientras atendía, ella ofrezca charlas sobre prevención, higiene, etc. Así, un día aparece montada en el camión sanitario en la humilde y postergada comunidad del barrio La Cañada, a unos 5 Km de la ciudad de La Rioja, del que nunca más se fue, a pesar que ya no vive en La Rioja.
El cariño con la gente y especialmente con los niños se hizo inmanejable: todos los sábados llegaba a las calles polvorientas del barrio en una bicicleta para enseñarles a bailar folklore, llegando a tener en la Escuela una informal academia de danzas folklóricas de casi 80 chicos; como vio que la comida era escasa, pedía alimentos en los negocios del centro y los sábados había baile y empanadas en el barrio. En un suspiro recuerda a doña Rosita, una de las madres del barrio y al portero de la Escuela. Un domingo cargaba 5 chicos en un taxi y los llevaba a su departamentito donde jugaban y miraban tele y al domingo siguiente otros 5.
Su fama de apasionada bailarina hizo que la invitaran al Festival de Catuna, en el sur riojano y se le ocurre llevar a “sus” chicos de La Cañada a bailar, pero cómo hacerlo si no tenían nada y nunca habían viajado a ninguna parte?. La solución vino de la mano del Pica Juárez, Ramoncito Navarro, Sergio Galleguillo y Carlitos Ferreyra, que desinteresadamente colaboraron en pequeños festivales donde se cantaba, bailaba, vendían empanadas y cobraban una entrada de $ 1.-. Con esa plata pudieron viajar y actuar. Se le inflama la cara al contar la catarata de emociones de esos niños pobres que nunca habían subido a un colectivo. Como si todo esto fuera poco, editaba con fotocopias un anuario con textos y dibujos que hacía con los niños y los distribuía en el barrio para que los padres supieran lo que hicieron sus hijos todos los sábados en la Escuelita.
No duda en afirmar que esos 4 años fueron los más felices de su vida, no por lo que dio (que lo minimiza) sino por el amor, cariño y contención que encontró fronteras adentro del barrio La Cañada. Estuvo cerca de Mayela Gordillo, el Circo Criollo y viajó mucho con la Universidad Trashumante, a la que trajo a Catamarca. En ese ambiente y con dos herramientas difíciles de manejar: voluntad y vocación de servicio, gestó gran parte de su construcción social y popular, viajando curando, bailando, aprendiendo, levantando miradas caídas, robando sonrisas a miradas con ilusiones perdidas, danzando con el pueblo y regresando a cada uno de sus lugares a celebrar la vida y la esperanza.
Ahora buscar perfeccionarse y especializarse para empezar a devolver todo lo que la vida le dio. Y si es en Antofagasta de la Sierra, mejor –agrega como un punto final-.
foto: Ariel Pacheco