sábado, 8 de octubre de 2011

EL ÑATO PERALTA, PADRE DEL MONTAÑISMO CATAMARQUEÑO

En la década del ‘70 empezaron a atraerme las montañas. Esa especie de magia que esconden sus quebradas, laderas y cumbres -que hasta el día de la fecha no pude terminar de comprender, develar ni desentrañar- poco a poco me fue absorbiendo.
Buscando quien oriente mis pasos llegué a René Peralta (el “Ñato” para muchos, el “Inca” para los montañistas y “Pata Fuerte” para los antofagasteños), una especie de duende que, como a las montañas, lo rodea un halo de algo muy parecido al misticismo. Él me fue abriendo en el tiempo, una a una las ventanas y las puertas de cada valle, portezuelo, filo y cumbre.
Gracias a la Pachamama, adolecía de algunos fríos tecnicismos que hoy dominan e insensibilizan al montañismo, pero minuciosamente me enseñó otras técnicas más importantes:
Que no hay que subir mas alto, mas rápido, ni mas lejos, sino que hay que detenerse y quedarse donde el paisaje se acomoda de tal manera, que uno encuentra el lugarcito del mundo que soñó.
Me enseñó el placer que se siente al meter las patas en el agua fresca y pura de los arroyos.
Me develó el secreto del mecanismo para sentarse al borde del abismo e imaginarse los mundos que existen mas allá del horizonte.
Me hizo escuchar los sonidos de las cumbres y los silencios de los senderos.
Me dio las claves para descifrar los mensajes del silbo largo –como una quena o una zampoña- del viento.
Y me explicó porqué el hombre, en definitiva, es paisaje que anda (justo como decía don Atahualpa Yupanqui).
Con su vieja y maltrecha mochila de lona con estructura de caños, un día me abrió las puertas de la puna y la cordillera, de las que nunca me fui.
Pisamos juntos algunas cumbres y muchos changuitos y chinitillas, que por primera vez miraban el mundo desde arriba, nos seguían en una viboreante y nerviosa fila.
Junto a otros locos como él, fundó la Agrupación de Montaña Calchaquí en la década del ‘50 con el sueño de ascender el Ojos del Salado… y treinta años después, junto a otros locos como él, se lo cumplí.
Despertó en los catamarqueños la inquietud de que, siendo hombres y mujeres que vivíamos en medio de las montañas, debíamos conocerlas y recorrerlas.
Baqueano de cada rincón de la geografía catamarcana, se transformó en un defensor y difusor de nuestras costumbres, tradiciones y de la historia no contada de nuestra tierra. Buscador incansable de rarezas, en la casa de la avenida Ocampo guarda celosa y obsesivamente su mas preciado tesoro: un “museo de cosas raras” (como lo bautizó), donde se puede ver desde una punta de flecha hasta un aerolito.
Aficionado a la arqueología, luchó sin armas ni formación por la defensa de nuestro patrimonio, como el dr. Omar Barrionuevo. Junto a Tito de la Colina abrieron las puertas de Antofagasta de la Sierra.
En los más recónditos rincones de nuestra geografía aun hay gente que lo recuerda como maestro rural, censista, encargado de campañas de vacunación o guía de grupos de montañistas.
Es de esos catamarqueños que hoy escasean, esos que todo lo hacen por el placer de servir y ser felices.
Muchos de los que compartimos sus huellas, íbamos también tras de sus historias, que desgranaba en interminables fogones bajo las estrellas, donde frecuentemente nos sorprendían los amaneceres.
Pasaron los años y subí muchas cumbres; si bien no estaba a mi lado, sus consejos no sólo me ayudaban a llegar, sino también a volver.
Con el tiempo pisándole los talones, pacientemente esperó que la primavera se haga sentir y lentamente armó su vieja mochila de lona. Sus doloridos huesos se refrescaron cuando la sintieron ajustarse a la espalda y -como siempre solo y en silencio-  el 5 de Octubre empezó a subir por los faldeos del Ambato.
Nadie sabe qué abra cruzó ni los cambios de filo que hizo; seguramente le sobran lugares para ir, muchas cumbres lo esperan. Esperan su regreso, porque él es de allí, como los cóndores.
El Ñato, como un Coquena, ahora anda entre los cerros de su Catamarca, no sé si lo veremos, pero no duden que nos hará saber que está allí.
Cuando en silencio transitemos un filo cumbrero y escuchemos el estilete del ala de un cóndor rasgar el aire leve y abismal, es el silbido del Ñato que nos saluda. Será la señal de que estamos vivos.  
René Peralta “el Ñato”, padre del montañismo catamarqueño.
Mi maestro.

             Eduardo Aroca
docente - montañista – fotógrafo

domingo, 1 de mayo de 2011

EL CHATO BAZÁN, UN VERDADERO SALAMANCA


Nicolás Antonio Bazán(58 años) es el “Chato”. Nació en el Belén de Catamarca. Vidalero y bagualero por culpa de su abuela Rosa, vieja coplera y cuentera belicha. De reuniones familiares pasó al Festival Interescolar de Belén, allá por los 60, luego al Chango Belicho y hoy con su cajita se desangra en los festivales. Integró Los Ponchos Diaguitas, Arenal 2 y Los del Arenal.
Grabó un CD “Canto a los viejos de mi pueblo”.

Don “Pepe” Bazán era maestro rural en las montañas del Belén de Catamarca y doña “Lola”, su esposa, iba con él donde fuera designado maestro. Es así como en el pueblito de Ampujaco (señor del cerro de la aguada, en quechua), hacia el NE de la ciudad de Belén, en medio de las montañas, nació el Chato.
Años después, los Bazán bajaron a la ciudad de Belén e hicieron su casita en el legendario barrio El Arenal, legendario porque allí vivían personajes de fuerte sesgo folklórico, donde cultivar los viejos cantares de la tierra y mantener viva la llamita de la tradición era menester cotidiano. Estaban don Rubio Herrera, Guillermo Urquiza y llegaban José Gerván, Alberto Mercado, Antonio Herrera, el Turu Contreras atraídos por la magia del bar El Árbol, donde se reunía la bohemia del pueblo, haciendo brotar -a fuerza de vino- guitarras, bombos, bandoneones y cajas. Ellos fueron sus verdaderos maestros, pero no se olvida de su profesor de piano, don Rogelio Soto Herrera que en la escuela lo orientó para formar sus primeros grupos.
Esa bohemia de El Arenal fue el caldo de cultivo donde el Chato pasó parte de su niñez y adolescencia, pero cuando volvía a su casa se envolvía en otra magia, la de su abuela Rosa, vieja coplera, vidalera y cuentera, que le “echaba” coplas para que el Chato las repita cantando.
Su casa, de antigua estirpe pueblerina, importante zaguán y amplio fondo, era un gran fogón donde se cantaba, improvisaba y recreaba el folklore de los viejos del pueblo.
El Chato aprendió a tocar la guitarra “de oído” y empezó a darle al canto, al bombo y a la cajita. Siguiendo las huellas de su padre y su abuela, desgranaba coplas en vidalas y bagualas. De adolescente armó grupos folklóricos con los changos amigos: Daniel Herrera, Tatalo, Pacho Urquiza, Lalo Cura, Penco Gerván, Domínguez, Gringo Medina, Gigo Vega y Meco Romero, hasta que retomó su antigua raíz, la de don Pepe y la abuela Rosa: sólo con su caja y sus coplas.
Empezó con la vieja caja de su abuela, hasta que -sintiéndose lutier- construyó la propia,  preparada y con las maestranzas -como decían los viejos- del bombo, para encontrar el tono y poder seguirlo con el canto sin perderse.
Las vidalas y bagualas le nacen desde lo más profundo, se afinan por un falsete y trepan por su caja, por momentos quejumbrosa, melancólica, lenta y triste hasta que brota picaresca y alegre.
Yo soy un simple cantor de vidalas que las recopilo y las canto para que no se pierdan, murmura el Chato y en sus presentaciones no faltan composiciones de don Rubio Herrera, Pacho Urquiza o Daniel Herrera.
Pero no es todo fácil, los cultores de estas manifestaciones populares profundas, no siempre son convocados a los grandes festivales y deben luchar para conseguir un lugar.
Se preocupa porque estas coplas populares se van perdiendo, se va cortando poco a poco esa transmisión oral de generación en generación, como ocurrió con él, y sueña con que lo manden a recorrer cerros y valles, visitando pueblito por pueblito incentivando estas manifestaciones, recopilando coplas que aun perviven en la memoria de los ancianos, y haciendo que se vuelva a cantar con caja, pero se le hace difícil, muy difícil. El Chato como muchos bohemios y soñadores no vive de su arte y de su pasión. En realidad sí vive de y por ellos, pero debe echar mano a un trabajo para mantener a su familia.
Cuesta mucho imaginarse al Chato en un lugar que no sea una guitarreada, una reunión de amigos o un escenario, pero la realidad es cruel y contradictoria: el Chato del falsete largo y profundo, el de las coplas echadas y arriadas a puro corazón y de caja izada a la luna, todas las mañanas –desde hace mas de 30 años- en una oficina, se disfraza de Jefe del Registro Civil de Belén.
Por las noches, desde su Belén, imaginariamente hace contrapuntos con Mariana Carrizo en Salta o con Eusebio Mamani encaramado en Fuerte Quemado, Santa María.
Recurrentemente el recuerdo de su abuela Rosa está presente en su relato, que lo interrumpe para cantar bajito una copla popular que aprendió de su boca:

Pido permiso señores
pa´ que cante un salamanca
con su cajita de organo
con su banderita blanca

y explica que un salamanca se refiere a buen cantor. Los viejos del pueblo cuando escuchaban  a un cantor así decían, mierda, si parece que viene de la salamanca.
Y vuelve a insistir bajito:

Si canto decís que lloro
si lloro que te enternezco
me callo pa darte el gusto
ya dices que te aborrezco

… y la copla se le corta por la emoción. Me pierdo por la ventana buscando el sol tibio del invierno catamarqueño, así evito poner en evidencia la humedad incómoda que como una chirlera le rebota suavecito en sus ojos.
Ahí me di cuenta que el Chato Bazán, por más que todas las mañanas se escude tras un escritorio y se disfrace de Jefe del Registro Civil de Belén, es un salamanca.

La caja, chayera cuando se la usa en carnaval o vallista cuando es portada por personas de los valles, está presente en el NOA desde épocas prehispánicas. Es un instrumento de percusión (membranófono) formado por dos membranas o parches de piel (venado, guanaco o chivo) tensadas a ambos lados de una caja de madera de cardón o sauce de unos 10 cms. de altura. Su sonido es indeterminado, pues no produce notas de altura definida.
En el parche inferior hay unos bordones o chirlera (cuerdas de tripa estiradas, crin de caballo, hilo o cuerda sobre la membrana) que proporcionan a la caja un sonido característico (como de cascabel) cuando es percutida, pues rebotan sobre el parche, es decir el impacto original del palillo es envuelto por un número variable de micro impactos producidos por el rebote. Este efecto varía cambiando la tensión de la chirlera.
La caja está presente en casi todas las manifestaciones tradicionales del NOA, ya sean festivas, ceremonias populares o religiosas pues es utilizada en actividades rituales, donde los sonidos, el ritmo y el movimiento desempeñaban un papel importante para entrar en contacto con el mundo espiritual y estaba estrechamente relacionada con rituales de fertilidad, sacrificios, culto a los muertos y ritos agrarios en agradecimiento a la Madre Tierra, donde marca el ritmo y acompaña al resto de los instrumentos.

viernes, 11 de febrero de 2011

“PERECITO” (UN CATAMARQUEÑO IGNORADO EN CATAMARCA) ENTRE LOS GRANDES DEL FOKLORE ARGENTINO

“Viajas con tu corazón de pájaro aterido, tuya es la boca de la noche, los duendes que carcomen tu sueño, el cuchillo que hiere la memoria y desgarra el aire en lenta agonía, tuyo el dolor, el amor y la palabra perdida” (de LOS PÁJAROS DE LA MEMORIA de Miguel Ángel Pérez, catamarqueño)
Seguramente muchos catamarqueños dudarían ante la aseveración de que un comprovinciano nuestro se codeaba y codea de igual a igual con los iconos del folklore argentino.
Pero es así, hay un catamarqueño que fue amigo, colega y compañero de actividades de grandes del folklore argentino como Juan Carlos y Jaime Dávalos, Nella Castro, el Cuchi Leguizamón, Manuel J. Castilla, el Dúo Salteño, Melania Pérez, solo para citar algunos y se presentaba en espectáculos junto a ellos.
Se llama Miguel Ángel Pérez, nació en el Yokavil, como se llamaba originariamente al actual departamento Santa María, Catamarca en Setiembre de 1930. Popularmente es conocido en todo el país con el sobrenombre de “Perecito”, seguramente como un diminutivo de su apellido y por su personalidad humilde, simple y retraída.
De figura pequeña, aspecto bonachón, simple en su vestimenta y con aire pueblerino, este santamariano que ya pasó los 80 años, habla lenta, pausada y sabiamente. Su padre era mecánico y desde joven se fue a vivir a Cafayate, luego a Jujuy y finalmente a la ciudad de Salta, donde desarrolló toda su actividad cultural, que lo llevó a ocupar sitios importantes, recibir premios en el país e invitado a disertar en España.
Si bien es cierto por su vasta y destacada obra literaria, trascendió como poeta salteño, la verdad es que es bien catamarqueño. Jaime Dávalos como buen salteño, lo consideraba un paisano, y en una oportunidad dijo en tono de broma: Perecito se fue a nacer en Santa María, allá en Catamarca.
Es un poeta, autor, cantor y compositor profundo, sereno, hondamente comprometido con su paisaje, su gente y las costumbres de su tierra: el noroeste argentino. Este poeta fundamental de la llamada “generación del 60” mereció el respeto, la admiración y la consideración de todos los escritores, poetas, intelectuales y folkloristas de la época de oro del folklore nacional.
SU OBRA
En 1954 integró en Jesús María, Córdoba, el grupo Los Tabacaleros.
Ha editado seis libros de poemas y coplas:
Cartas a mi casa, en 1963
Poemas, 1966
Los Potros, 1967
Coplas del Arenal, 1973
El cantar del carnaval, 2004
Coplas al canto, 2008 (presentada por el poeta Leopoldo “Teuco” Castilla, Patricio Jiménez del Dúo Salteño y Melania Pérez).
Respetado y admirado en Salta trabajó en distintos medios periodísticos escritos y radiales, llegando a ser Director de Cultura.
Grabó poemas y canciones de su autoría en un emotivo y comprometido disco llamado Los pájaros de la libertad, junto a Melania Pérez, Gerardo Núñez y otros salteños.
Figura en el Diccionario Biográfico de la Música Argentina de Raíz Folklórica, de Emilio P. Portorrico.
Obras folklóricas memorables de nuestro país son de su autoría, a las que le pusieron música, personajes como el Cuchi Leguizamón, Gerardo Núñez, Cesar Isella, Juan José Botelli, entre otros:
El Regador, zamba
Si llega a ser tucumana, zamba
Zamba para la viuda, zamba
La santamariana, zamba
Viruta i’ vino, zamba
Voy a las islas, huayno
Canción de los prisioneros, canción
Canción del hombre libre, festejo
Es otoño, Manuel, tonada canción
Zamba del cuatrero, zamba
Clarita la cosa, gato
Gateando, gato
Chacarera del fondo, chacarera
Partite corazón, tango
Vidala de la lluvia, vidala
Pa don Nicolás, bailecito
Con Rubén Pérez Bugallo, Perecito participó del Relevamiento Etnomusical de Salta, editado por el Instituto Nacional de Musicología “Carlos Vega” en 1981.
Con Gerardo Núñez lleva a cabo ciclos culturales y una serie de recitales poéticos musicales auspiciados por la Secretaría de Cultura de la Nación, representando a Salta en la Feria Internacional del Libro.
Con poetas y músicos salteños en 1999 graba una obra magnífica: Los pájaros de la memoria, del que participa Melania Pérez (ex Voces Blancas).Participó como disertante del Encuentro de Músicos de Rosario y frecuentemente es invitado a charlas y conferencias de escritores y poetas donde dicta talleres.
El año pasado en el aula magna de la FCEFyN (Duarte Quiros y Av. Vélez Sarsfield) en la ciudad de Córdoba se presentó un espectáculo poético musical. Este concierto del que participaron el Coral Resonancia de Collegium, Grupo Vocal Maguey, el cantante y guitarrista Mario Díaz y el pianista Mariano Vélez es un tributo a Gustavo “Cuchi” Leguizamón y a Miguel Ángel Pérez “Perecito”, considerados como referentes de la música popular argentina. El nombre del espectáculo es “Cuchicheando con Perecito”, bajo la dirección general  del maestro Hugo De La Vega.
LA DEUDA DE CATAMARCA
“Perecito” es un poeta exquisito que no tuvo ni tiene la trascendencia que se merece por dos razones: su humildad y porque quienes participaban poniendo la música en sus composiciones eran personajes de la talla de Leguizamón, Castilla, Dávalos, Perdiguero, Dino Salluzi o Petrocelli.
En cada lugar que actúa o se presenta, reivindica orgulloso su origen catamarqueño, a pesar que los salteños lo consideran propio. Cuando se presentó el espectáculo Los Pájaros de la Memoria, en la Universidad Nacional de Quilmes, aclaró: soy catamarqueño radicado en Salta.
Como se explica que Catamarca haya olvidado durante tanto tiempo a un personaje como Miguel Ángel Pérez, que aun vive en Salta, referente de la cultura popular argentina?
Aun se está a tiempo de salvar tremendos errores.

sábado, 8 de enero de 2011

SANTIAGO OLMEDO, EL DE LA CORDILLERA

A mediados de 1986 con los compañeros de aventuras de la Agrupación de Montaña Calchaquí (en ese tiempo era su Presidente) viajamos a Fiambalá para empezar a coordinar y acordar in situ las cuestiones de logística y estrategia necesarias para llevar a cabo la primera expedición catamarqueña al volcán Ojos del Salado; todo un desafío para esa época, que la terminamos llevando a cabo entre la Agrupación de Montaña Calchaquí, UNCa, Club Andino Fiambalá, G.N. y UNSJ.
Una cuestión fundamental era conseguir un guía-baqueano que fuera infalible y confiable. Previamente en la Capital de Catamarca ya teníamos apuntado a uno de Fiambalá. Las averiguaciones hechas en Tinogasta y Fiambalá nos llevaron, sin margen de duda, a don Santiago Olmedo.
Callejón de Fiambalá, casa antigua, amplia y gredosa. Allí estaba don Santiago con quien tuvimos una larga y amplia charla. Su hablar cansino y sabio y su mirada tan clara como esos cielos cordilleranos, terminó por convencernos que don Santiago debía ser el guía-baqueano de nuestro proyecto.
Los siguientes encuentros fueron en parte para ajustar algunas cuestiones puntuales, pero fundamentalmente para escuchar, extasiados, sus relatos, aventuras y desventuras en la cordillera, a la que conocía como la palma de su mano, según me contó, desde niño, participando primero como ayudante y luego como protagonista en arreos hacia Chile o Bolivia (sonreía, se frotaba las manos, bajaba la vista y no contestaba, cuando le mencionábamos los míticos contrabandos de antaño y la habilidad y astucia de los baqueanos para burlar a la autoridad en medio de la cordillera). Nunca me olvidaré -por lo gráfica- una de las historias en la que la autoridad decide ir a la cordillera para atrapar contrabandistas y lo contratan para guiar una patrulla de milicos. Decide que se internen por una quebrada y por la quebrada vecina venían los arrieros con las mulas llenas de mercadería que traían desde Chile y Bolivia. Gendarmería Nacional y el Instituto Geográfico Nacional lo tenían entre sus colaboradores imprescindibles para salir a los rincones más recónditos de nuestra geografía y para sortear los más graves inconvenientes en la montaña.
Así conocí a don Santiago Olmedo, hombre de campo, de trabajo, de ley y de palabra, que conocía como nadie a una de las cordilleras más grandes del planeta. Leía las piedras, conocía cada aguada y vertiente, ubicaba los refugios incluso en medio de una tormenta, interpretaba los cielos, predecía el clima y con pasmosa precisión calculaba distancias y tiempos. Burros, mulas y caballos le entendían y respondían, casi sin necesidad de palabras, a las órdenes y con un solo ademan o una mirada, buscaban la mejor huella, la parada o acomodar las cargas. Con don Santiago Olmedo se cumple aquel aserto del poeta cuando dice que el hombre es paisaje que anda.
Siempre que iba por Fiambalá llegaba a verlo, la última vez fue en el 2009 y fuimos con el sanjuanino Pablo Schogl (jefe de la Kuntur). Dificultoso para moverse después de casi un siglo de caminar y cabalgar los cerros, pero lúcido y dueño absoluto de una bonhomía incorruptible, tuvimos una larga charla.
Las paredes de su vieja casa guardan homenajes, recuerdos, fotos, reconocimientos y distinciones.
Fue el guía-baqueano de la Kuntur  y de casi todas las expediciones que desde siempre se hicieron a la cordillera.
Como para usar un lugar común, puedo decir que don Santiago, apenas se acallaron los festejos de fin de año, sin decir nada preparó los aperos. Cargó la alforja con un poco de yerba, azúcar, pan, charqui y coca, se calzó su viejo poncho de llama, ensilló su mulita y se fue lentamente por un sendero.
Subió por un faldeo, cruzó una quebrada, trepó un abra y se metió en la cordillera, en su solitaria e inexorable expedición, de la que fue su propio guía-baqueano.
Unos dicen que lo vieron cruzar el Chaschuil, otros lo vieron adentrarse por la pampa de Cazadero Grande, encorvado sobre la montura, luchando contra las ráfagas del viento  cordillerano, que hacía flamear su poncho como bandera.
Baqueanos de la zona dicen que un atardecer, en el refugio de Aguas Calientes, vieron brillar un fogón y que había una sola mula.
Con él, se fue un pedazo grande e importante de la “otra” historia de Catamarca, de la Catamarca profunda, la que no figura en libros ni textos.
La que no cabe en la formalidad de las academias.
Y allí anda don Santiago, por ahí lo veremos cuando nos internemos en la cordillera, no en la de los Andes, en la de Olmedo.
Este es el humilde homenaje que le hacemos los montañistas.

J. EDUARDO AROCA
Montañista, fotógrafo, docente
(ex Pte. de la A.M.C.)