sábado, 8 de enero de 2011

SANTIAGO OLMEDO, EL DE LA CORDILLERA

A mediados de 1986 con los compañeros de aventuras de la Agrupación de Montaña Calchaquí (en ese tiempo era su Presidente) viajamos a Fiambalá para empezar a coordinar y acordar in situ las cuestiones de logística y estrategia necesarias para llevar a cabo la primera expedición catamarqueña al volcán Ojos del Salado; todo un desafío para esa época, que la terminamos llevando a cabo entre la Agrupación de Montaña Calchaquí, UNCa, Club Andino Fiambalá, G.N. y UNSJ.
Una cuestión fundamental era conseguir un guía-baqueano que fuera infalible y confiable. Previamente en la Capital de Catamarca ya teníamos apuntado a uno de Fiambalá. Las averiguaciones hechas en Tinogasta y Fiambalá nos llevaron, sin margen de duda, a don Santiago Olmedo.
Callejón de Fiambalá, casa antigua, amplia y gredosa. Allí estaba don Santiago con quien tuvimos una larga y amplia charla. Su hablar cansino y sabio y su mirada tan clara como esos cielos cordilleranos, terminó por convencernos que don Santiago debía ser el guía-baqueano de nuestro proyecto.
Los siguientes encuentros fueron en parte para ajustar algunas cuestiones puntuales, pero fundamentalmente para escuchar, extasiados, sus relatos, aventuras y desventuras en la cordillera, a la que conocía como la palma de su mano, según me contó, desde niño, participando primero como ayudante y luego como protagonista en arreos hacia Chile o Bolivia (sonreía, se frotaba las manos, bajaba la vista y no contestaba, cuando le mencionábamos los míticos contrabandos de antaño y la habilidad y astucia de los baqueanos para burlar a la autoridad en medio de la cordillera). Nunca me olvidaré -por lo gráfica- una de las historias en la que la autoridad decide ir a la cordillera para atrapar contrabandistas y lo contratan para guiar una patrulla de milicos. Decide que se internen por una quebrada y por la quebrada vecina venían los arrieros con las mulas llenas de mercadería que traían desde Chile y Bolivia. Gendarmería Nacional y el Instituto Geográfico Nacional lo tenían entre sus colaboradores imprescindibles para salir a los rincones más recónditos de nuestra geografía y para sortear los más graves inconvenientes en la montaña.
Así conocí a don Santiago Olmedo, hombre de campo, de trabajo, de ley y de palabra, que conocía como nadie a una de las cordilleras más grandes del planeta. Leía las piedras, conocía cada aguada y vertiente, ubicaba los refugios incluso en medio de una tormenta, interpretaba los cielos, predecía el clima y con pasmosa precisión calculaba distancias y tiempos. Burros, mulas y caballos le entendían y respondían, casi sin necesidad de palabras, a las órdenes y con un solo ademan o una mirada, buscaban la mejor huella, la parada o acomodar las cargas. Con don Santiago Olmedo se cumple aquel aserto del poeta cuando dice que el hombre es paisaje que anda.
Siempre que iba por Fiambalá llegaba a verlo, la última vez fue en el 2009 y fuimos con el sanjuanino Pablo Schogl (jefe de la Kuntur). Dificultoso para moverse después de casi un siglo de caminar y cabalgar los cerros, pero lúcido y dueño absoluto de una bonhomía incorruptible, tuvimos una larga charla.
Las paredes de su vieja casa guardan homenajes, recuerdos, fotos, reconocimientos y distinciones.
Fue el guía-baqueano de la Kuntur  y de casi todas las expediciones que desde siempre se hicieron a la cordillera.
Como para usar un lugar común, puedo decir que don Santiago, apenas se acallaron los festejos de fin de año, sin decir nada preparó los aperos. Cargó la alforja con un poco de yerba, azúcar, pan, charqui y coca, se calzó su viejo poncho de llama, ensilló su mulita y se fue lentamente por un sendero.
Subió por un faldeo, cruzó una quebrada, trepó un abra y se metió en la cordillera, en su solitaria e inexorable expedición, de la que fue su propio guía-baqueano.
Unos dicen que lo vieron cruzar el Chaschuil, otros lo vieron adentrarse por la pampa de Cazadero Grande, encorvado sobre la montura, luchando contra las ráfagas del viento  cordillerano, que hacía flamear su poncho como bandera.
Baqueanos de la zona dicen que un atardecer, en el refugio de Aguas Calientes, vieron brillar un fogón y que había una sola mula.
Con él, se fue un pedazo grande e importante de la “otra” historia de Catamarca, de la Catamarca profunda, la que no figura en libros ni textos.
La que no cabe en la formalidad de las academias.
Y allí anda don Santiago, por ahí lo veremos cuando nos internemos en la cordillera, no en la de los Andes, en la de Olmedo.
Este es el humilde homenaje que le hacemos los montañistas.

J. EDUARDO AROCA
Montañista, fotógrafo, docente
(ex Pte. de la A.M.C.)